Un mensaje de esperanza en la Anunciación
En esta fiesta de la Anunciación del Señor, los obispos católicos de Texas ofrecemos palabras de fe viva y esperanza a nuestra gente en este tiempo extraordinario de ansiedad y enfermedad. Al enfrentar tantas incógnitas, podemos estar seguros de la fidelidad de Dios. La Anunciación del Señor es una fiesta de esperanza en la bondad y en el poder de Dios para intervenir en nuestro favor.
El Magnificat, que es el cántico de alabanza pronunciado por Nuestra Señora en la Visitación a su prima Isabel, es un himno de esperanza. Nuestra Santísima Madre está llena de la gracia de Dios. Su proclamación orante en la Anunciación de su completa dependencia de Dios y comunión con él nos inspira a todos a confiar en su gracia, que nos sostendrá durante esta pandemia.
Junto con nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo, somos amenazados por los efectos de esta enfermedad y debemos unirnos en nuestros esfuerzos para mitigar su propagación. Nuestra fe nos llama a todos a seguir el ejemplo de María, de confianza y abandono en el Señor, y lo más importante, su fe viva en el Señor.
La Santísima Virgen María canta sobre el temor del Señor en su Magníficat: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. Como escribió el Papa emérito Benedicto XVI: “Tal vez conocemos poco esta palabra, o no nos gusta mucho. Pero el ‘temor de Dios’ no es angustia, es algo muy diferente. Como hijos, no tenemos miedo del Padre, pero tenemos temor de Dios, la preocupación por no destruir el amor sobre el que está construida nuestra vida. Temor de Dios es el sentido de responsabilidad que debemos tener; responsabilidad por la porción del mundo que se nos ha encomendado en nuestra vida”.
Nuestras acciones para quedarnos en casa, mantener un distanciamiento físico seguro e incluso retirarnos de la vida pública durante este tiempo son un testimonio tangible de nuestra reverencia por la vida y nuestra solidaridad con la comunidad. Hacemos esto, no por temor servil, sino por la esperanza cristiana: estamos seguros del amor firme de Dios y la promesa de nuestra salvación. Al sacrificarnos por los demás y aislarnos por el bien común, somos testigos de nuestra esperanza cristiana de que Dios nos verá a través de la oscuridad actual.
En su éxodo de la esclavitud de Egipto a la tierra prometida, el pueblo de Israel fue rescatado atravesando juntos el Mar Rojo. Este momento es como nuestro Mar Rojo. Solo confiando en Dios y siendo solidarios unos con otros podemos cruzar y dejar al terrible enemigo.
Recuerden: “Dios todo lo puede”. Junto con María en su Magnificat, todos podemos proclamar: “El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abraham y su descendencia por siempre”.
La esperanza y la fe viva en Jesucristo son el antídoto para todos nuestros miedos, la respuesta a nuestra insignificancia y limitaciones, y abre la puerta para liberarnos de la prisión de nuestra impotencia y falta de control. No podemos amar sin esperanza.
Como pueblo de esperanza, sabemos que tenemos futuro más allá de esta crisis. En este momento de pandemia, nosotros, los obispos católicos de Texas, ponemos nuestra esperanza en el Señor e invitamos a todos los fieles a hacer lo mismo.
Esperamos con gozo el bendito día en que la Iglesia pueda regresar a la celebración pública de la misa con renovado aprecio por su belleza y poder divinos. Estamos agradecidos por los sacrificios que todos los tejanos están haciendo por el bien común. De una manera especial, elogiamos los esfuerzos dedicados del personal médico, del personal de primeros auxilios, de los cuidadores, custodios, cajeros y empleados, familiares y voluntarios de servicios de caridad. Celebramos y estamos agradecidos por sus esfuerzos para protegerse unos a otros como actos de ágape, de amor genuino y generoso. Por la gracia de Dios, que nuestro sacrificio común en esta Cuaresma conduzca a una nueva vida en la victoria de Cristo.